Aquí nace
el Mundo atónito me quedo al leer el
texto que aparece en grandes letras en el cartel que tengo aquí delante. La
metáfora me parece grandilocuente pero juguetona.
Mientras estiro las
piernas después del largo viaje, contemplo con reverencia el exuberante entorno
de este mágico lugar que es el Calar del Río Mundo, y pienso que sí tiene razón la gente del lugar: Aquí
nace el mundo.
Me he levantado muy pronto,
quería llegar temprano, necesitaba disfrutar de este sitio en soledad, sentir
el frescor que emana, escuchar los sonidos, el estruendo del agua
precipitándose por la roca, el trino de los pájaros y oler los aromas … esto
sólo lo puedes hacer a esa hora de la mañana en que sol aun parece
desperezarse.
Me encamino por el sendero
que serpentea por entre el precioso pinar de altos árboles, más cerrado por la
frondosidad de las lianas. Ando con parsimonia, casi de puntillas, gozando de
la brisa y atendiendo al tronar del agua.
De entre el agobiante
verdor, pronto salgo a una plazoleta desde donde alcanzo a contemplar el enorme
acantilado por el que emana el río. Me acerco al cauce que se precipita entre
el travertino en formación, esa roca calcárea porosa que refulge como perlado
con las salpicaduras.
Voy ascendiendo por la
pasarela adentrándome en el roquedo. Al girar un recodo contemplo la primera
gran cascada. Magnífica, el año pluviométrico no es bueno, pero da una idea de
la grandiosidad de este templo.
Emocionado, me voy acercando
poco a poco, como queriendo retener en la memoria, en la retina, estos
instantes. Traigo también las cámaras, jajajaja, esto me da seguridad de no
olvidar cosas. Las fotografías tienen eso … sirven para que los recuerdos
afloren como borbotones a la superficie.
Finalmente alcanzo la parte
superior, ese balcón desde donde se contempla como se desparrama un río desde
un rellano rocoso a unos 50 metros de altura, esplendoroso, yo diría que casi
excesivo, opulento, ¡majestuoso!.
Me siento largo rato
contemplando la caida, cuantos milenios contemplan el lugar, cuanta agua se ha
precipitado para formar estos conjuntos. Ensimismado en mis pensamientos, me
despierto cuando oigo los silbidos y gritos de un grupo que acaba de llegar. Se
rompió el hechizo … ¡yo me largo ya!, no sin antes desear buena vida a esas
“grasillas” que tanto me hicieron sufrir hace unos 30 años porque no había
forma de determinarlas con precisión, no cuadraban en ninguna de las
Pinguiculas que anunciaban los libros de entonces … Claro, no fue hasta 1996
que Gabriel Blanca y otros compañeros anunciaron que se trataba de una nueva
especie, como iba yo a imaginar eso con sólo veintitrés años.
La luz del Sol filtrándose
entre los arces y los tejos me despiden del lugar.
Todo está más o menos igual
que en aquellos años 80, pero más majestuoso, más frondoso y crecido. Mis
pinguiculas siguen en el mismo lugar, me he alegrado de verlas.
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